La última película de Woody Allen es, sin duda, ambiciosa. Afronta temas tan interesantes como la propia ambición, las relaciones familiares, el remordimiento y la culpa. Con estos mimbres, es obvio que no estamos ante una comedia (como su anterior película, "Scoop") sino ante una tragedia o, vista la película, ante una tragicomedia.
Bien es cierto, como dice Santiago Navajas en su crítica, que un par de chistes no convierten una película en una comedia, pero entiendo que las pretensiones de los protagonistas necesitan una forma tragicómica, que es la única forma posible de abordar las grandes miserias de la condición humana sin abocar en una depresión vital.
Cada uno de los personajes asume uno de los temas apuntados más arriba. Así, cada uno de los hermanos encarnan a su vez la ambición y la culpa. El padre adopta un resignado realismo (o, tal vez, le falta ambición). La madre plasma sin complejos todos los tópicos de las relaciones familiares, al contraponer continuamente a su hermano triunfador frente a su marido fracasado. Ella ha sembrado, sin pretenderlo, las semillas que, fecundas, cosecharán sus hijos. El tío es, sin ninguna duda, Mefistóteles.
Los hermanos protagonistas mantienen una relación entre fraternal y amistosa que, sin embargo, se construye sobre la dominación de uno sobre el otro. Esa dominación-dependencia está presente desde el principio hasta el final de la película, y constituye el eje central de la misma.
Con todo, el resultado de la película es pobre. Lo mejor es el trabajo de los actores. Pero el conjunto transmite una sensación de urgencia o de prisa, como si no hubiera tiempo para contarlo todo y estuvieramos resumiendo. Los diálogos están lejos de lo habitual en Allen y en algunas ocasiones ("lo mejor es que parezca un accidente") son tan manidos que pierden incluso la fuerza paródica que encierran. Se abusa de la elipsis, hasta el punto que casi todos los acontecimientos importantes de la trama se desarrollan fuera de ella. Esto no es necesariamente malo, pero acaba despistando al espectador. En suma, esperábamos más de la tercera película "europea" de Woody Allen.
Bien es cierto, como dice Santiago Navajas en su crítica, que un par de chistes no convierten una película en una comedia, pero entiendo que las pretensiones de los protagonistas necesitan una forma tragicómica, que es la única forma posible de abordar las grandes miserias de la condición humana sin abocar en una depresión vital.
Cada uno de los personajes asume uno de los temas apuntados más arriba. Así, cada uno de los hermanos encarnan a su vez la ambición y la culpa. El padre adopta un resignado realismo (o, tal vez, le falta ambición). La madre plasma sin complejos todos los tópicos de las relaciones familiares, al contraponer continuamente a su hermano triunfador frente a su marido fracasado. Ella ha sembrado, sin pretenderlo, las semillas que, fecundas, cosecharán sus hijos. El tío es, sin ninguna duda, Mefistóteles.
Los hermanos protagonistas mantienen una relación entre fraternal y amistosa que, sin embargo, se construye sobre la dominación de uno sobre el otro. Esa dominación-dependencia está presente desde el principio hasta el final de la película, y constituye el eje central de la misma.
Con todo, el resultado de la película es pobre. Lo mejor es el trabajo de los actores. Pero el conjunto transmite una sensación de urgencia o de prisa, como si no hubiera tiempo para contarlo todo y estuvieramos resumiendo. Los diálogos están lejos de lo habitual en Allen y en algunas ocasiones ("lo mejor es que parezca un accidente") son tan manidos que pierden incluso la fuerza paródica que encierran. Se abusa de la elipsis, hasta el punto que casi todos los acontecimientos importantes de la trama se desarrollan fuera de ella. Esto no es necesariamente malo, pero acaba despistando al espectador. En suma, esperábamos más de la tercera película "europea" de Woody Allen.
Críticas.
A favor, Santiago Navajas, blog de cine (Juan Luis Caviaro).
En contra, Rodríguez Marchante, blog de cine (Beatriz Maldivia).
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